Paradigma neurocientífico en la sociología de la religión

Paradigma neurocientífico en la sociología de la religión

Actualmente se está hablando en ambientes científicos de este muevo paradigma en la sociología de la religión. Un paradigma utilitarista, porque pone los avances neurológicos al servicio de la epistemología y la sociología de la religión.
Se trata de buscar el sustrato neuronal del pensamiento y la creencia religiosa. El sociólogo de la religión, dentro de este paradigma, no debe ser experto en neurología, pero si debe conocer los avances de esta ciencia para realizar mejor sus trabajos y no caer en contradicción con los progresos de la ciencia, ya que el objetivo es estudiar las actividades neuronales relacionadas con experiencias subjetivas de espiritualidad, ofreciendo un conjunto de hipótesis para explicar estos fenómenos.
Se ha dicho que la humanidad ha pasado por tres revoluciones sociales que han supuesto un avance considerable. La primera, la revolución agrícola hace unos 10.000 años, cuando el hombre se asienta y comienza a labrar la tierra produciendo alimentos y creando las ciudades. La segunda, la revolución industrial hace unos 250 años, con la invención de la máquina de vapor y la producción de mercancías y la extensión de los mercados. Y en nuestro tiempo, la tercera revolución debida a la creación del microchip, que dio lugar a la sociedad de la información con un intercambio de conocimientos antes desconocidos. Pero algunos autores consideran ya la cuarta revolución, la revolución neurocientífica que ya está invadiendo numerosas disciplinas y creando otras nuevas, colocando el prefijo “neuro” al nombre de las disciplinas tradicionales.
Desde la década de los noventa del siglo XX las ciencias cognitivas y la neurociencia han avanzado mucho y en estos inicios del siglo XXI, tienen como objetivo buscar las bases neuronales de la experiencia religiosa, el sustrato orgánico de la religiosidad.
Las manifestaciones neuropsiquiátricas de múltiples enfermedades han acompañado a la historia del hombre desde que se tiene registro de ellas, debatiéndose entre lo mágico-religioso y lo estrictamente tangible. Las funciones psíquicas residen en el cerebro, aunque esta idea aún hay personas que no la han aceptado, por razones científicas, sociales o religiosas.
Los últimos avances tanto en los mecanismos bioquímicos involucrados en las enfermedades psiquiátricas, como los factores ambientales y psicosociales en las enfermedades neurológicas, han hecho de las Neurociencias el lenguaje común que las vuelve a unir. Actualmente se encuentran en un punto de convergencia entre ambas historias, fundamentalmente ante la actuación médica sobre un paciente.
La religión se presenta unida a otros subsistemas de la vida humana, y cada uno de estos subsistema tiene reflejo en el cerebro, ya que se activan circuitos neuronales concretos y de manera similar, la experiencia religiosa como cualquier otra experiencia humana, tiene esas estructuras específicas en el cerebro.
Rubia afirma que todas las experiencias humanas tienen un sustrato neurobiológico como la magia y la superstición, el chamanismo, el esoterismo, la religión civil, el nacionalismo o el comunismo, el fútbol, el rock, el medioambiente, el cientificismo, el juego o la creencia en la suerte; todas estas experiencias tienen estructuras específicas en el cerebro. Dependiendo de la estimulación de cada zona se podría identificar si la religión sobrenatural es diferente a la civil o a la magia, etc. Y si esto no fuera así, habría que buscar nuevas teorías para explicar estos fenómenos.
La neurociencia cognitiva es el estudio de las bases neuronales del pensamiento, de la percepción y de la emoción, surgida en la década de los años ochenta del siglo XX y a finales de esta década se crea el primer instituto de neurociencia cognitiva en la Universidad de Harvard, dirigida por Stephen Kosslyn. El avance de la neurociencia aportó dos perspectivas diferenciadas, la localización, por la que se asignaba de un modo especulativo facultades mentales específicas a regiones específica del cerebro y la holística, por la que se postula que el cerebro participa como un todo en la conducta y no a través de la regiones diferenciadas.
En esta década se elaboraron los primeros trabajos que, más que sobre religión, fueron sobre experiencias místicas y religiosas y otros aspectos, entre los que cabe destacar algunos de carácter patológico.
Estos estudios sobre patologías se han centrado en la hiperreligiosidad, observada en paciente con epilepsia y las alteraciones en el lóbulo temporal, con síntomas como conversiones religiosas súbitas, éxtasis, hiperreligiosidad, hipermoralismo, hiposexualidad, hipergrafía, etc. La observación del rasgo de hiperreligiosidad ha conducido a relacionar la experiencia mística con las áreas límbicas y temporal. Pero, en 1983 Michael Persinger defendió que las experiencias religiosas y místicas, son producto de la estimulación espontánea de estructuras del lóbulo temporal, no necesariamente patológicas, ya que él provocó estimulaciones en este lóbulo y las personas, sin epilepsia, experimentaron los mismo síntomas. Hoy está siendo cuestionada esta afirmación.
Pero esto no debe llevar a error, porque por la neurociencia no se puede explicar verdades de fe ni afirmar su existencia y así, Francisco J. Rubia sostiene que el utilizar neuroteología para referirse a la búsqueda de la espiritualidad en el cerebro es un error, porque Teología significa etimológicamente un tratado de Dios, como si ya se diese por sentado su existencia, algo que la neurociencia no puede hacer. El mismo neurocientífico expresa que lo realmente revolucionario es el hecho de que la materia, el cerebro, sea capaz de producir espiritualidad.
De este descubrimiento insólito hace que él llame al cerebro “espiriteria”, una contracción de espíritu y materia. En cualquier caso, parece evidente que el concepto tradicional de ‘materia’ no debería ser aplicable al cerebro.
Los estudios de la inteligencia artificial permitieron considerar al cerebro como un microprocesador en que el pensamiento, la percepción o la emoción, producen señales eléctricas magnéticas o metabólicas que permitían registrarlas. Daniel Kahneman en su estudio de cómo se forman los juicios y las elecciones en el cerebro humano, afirma que la mayoría de lo que hacemos se apoya en el Sistema 1, el intuitivo, afectivo, sugerente, y normalmente acertado, pero necesita del Sistema 2 porque su facilidad cognitiva suele ser ajena a la necesaria señal de alerta cuando estamos en un error, es decir, ambos deben ir a la par. Con esta idea se apoya que todos los pensamientos, percepciones, emociones tiene un área en el cerebro que se activa y a la vez, todo se procesa como un todo. De esta manera la espiritualidad, localizada en una parte del cerebro, se procesa como un todo.
A partir de las neuroimagenes funcionales, se extrapolan las hipótesis neurocientíficas sobre la religiosidad y la religión. Los avances en las modernas tecnologías de la imagen cerebral, resonancia magnética funcional, resonancia magnética estructural, electroencefalograma permitirán dar un mapa sobre la cognición humana y la localización de las experiencias. Y una de ellas es la experiencia religiosa. En los últimos años una serie de grupos de investigación han estudiado los correlatos neuronales de la experiencia religiosa en sus distintas facetas.
Se ha descubierto unos patrones electromagnéticos de la actividad cerebral, que son activados por ciertas costumbres, como la meditación, o por otros métodos, como la inducción de impulsos electromagnéticos al cerebro, de sustancias psicodélicas, e incluso, la modificación genética. La neurociencia aplicada investiga ahora si es posible integrar de manera artificial las experiencias religiosas en nuestras vidas.
Se ha dudado de la cientificidad de esta neurociencia y Leandro Martín Gaitán afirma que la neuroteología, (mal llamada por lo explicado por el profesor Rubia) puede ser considerada una ciencia a pesar de todos los problemas que plantea debido a las dificultades del objeto de su estudio, las metas perseguidas y las limitaciones del método, y como toda ciencia emergente, presenta lagunas. La define como un programa de investigación y aprovechamiento de las potenciales correlaciones existentes entre los fenómenos neurológicos y la experiencia religiosa, y surge por el interés de la neurociencia en el estudio de los estados alterados de la conciencia.
El autor especifica que no es un camino para demostrar la existencia o la no existencia de Dios, como ya ha dicho el profesor Reina. Es un estudio científico de las respuestas del cerebro ante unas experiencias religiosas.
Es necesario la participación activa e interrelacionada de profesionales de distintas disciplinas: Neurología, Filosofía, Psicología, Historia de la religiones, es general, de las Ciencias de las religiones.
En el momento actual numerosas investigaciones y publicaciones científicas desde perspectivas diferentes, se dedican a analizar si la espiritualidad/religiosidad está genética y/o evolutivamente motivada, dado que algunas conductas asociadas con las prácticas espirituales/religiosas como el rezo, las apariciones, alucinaciones o la vivencia de comunión con Dios, llevan parejos cambios en la fisiología y funcionalidad cerebrales semejantes a los inducidos por las endorfinas o, en términos más generales, a los inducidos por la ingesta de drogas.
Se ha investigado las distintas regiones del cerebro responsables de la espiritualidad, la explicación de las experiencias cercanas a la muerte, la posibilidad de un naturalismo religioso, si se puede aprender la espiritualidad, la posibilidad de comprender la relación entre conciencia y el mundo material, la modificación de los niveles de autotrascendencia al extirpar tumores en las zonas parietales, la creación de un mapa del cerebro místico, la demostración de que la meditación y la oración mejoran la capacidad del cerebro, las evidencias objetivas de que la religión es un factor importante en la vida obligando a una decisión personal, es decir, las investigaciones ponen de manifiesto que el cerebro tiene la capacidad de conectar con una realidad oculta más allá del universo físico que es la base de las tradiciones religiosas.
¿Qué pasa en el cerebro de la persona que reza o tiene una experiencia mística?, ¿qué fenómenos neurobiológicos pueden ocurrir en el cerebro cuando alguien se convierte? Estas no son preguntas retóricas, sino algunas de las cuestiones que han motivado a una serie de investigadores a realizar estudios en relación a estos aspectos.
Al buscar el origen de este concepto muchos autores lo identifican con la referencia a un pasaje de un diálogo contenido en el libro La isla de Aldous Huxley, publicado en 1962. En este contexto se describe, por primera vez en la historia, la figura profesional del neuroteólogo.
Es este célebre ensayo de cultura psicodélica, de aquella corriente anticultural del siglo XX que se esfuerza en proyectar el mundo interior de la psique por medio del arte, la música y también al recurso de fármacos alucinógenos, para alterar la percepción del tiempo y del espacio, como primera definición de la novedosa profesión del neuroteólogo materialista.
En el libro “Por qué Dios no se va”, publicado por el Dr. Andrew Newberg de la Universidad de Pennsylvania y su colaborador Eugene d’Aquili, utilizan imágenes cerebrales que obtuvieron de budistas tibetanos perdidos en la meditación y de monjas franciscanas durante el rezo profundo, para lograr identificar cuál es el circuito espiritual cerebral y para explicar como los rituales religiosos, tienen el poder de movilizar a los creyentes y no creyentes por igual. La corteza cerebral se iluminó. Pero cuando cesó la actividad, el lóbulo parietal, la zona de área de asociación y orientación, se apagó. El autor identifica este hecho como que el cerebro percibe el yo interconectado con el todo y siente que ha tocado el infinito.
Más aún, no se especula sólo sobre sí esas experiencias extraordinarias y en apariencia sobrenaturales pueden estar genética o evolutivamente motivadas, sino que puedan ser consecuencia directa de la irrefutable existencia de Dios, argumento que se ha negado anteriormente y del que se vuelve a insistir, ya que desde los estudios neurológicos no se puede inducir ni deducir la existencia o la inexistencia de Dios, sólo si se observa modificaciones o no en la fisiología o funcionalidad cerebral.
Desde otro punto de vista, unos trabajos de Beauregard sobre cerebro y religiosidad, aportaban que no todas las experiencias humanas tienen un sustrato en el cerebro, pero esta teoría está hoy totalmente descartada ya que hay un consenso científico que admite lo contrario. Todas las experiencias humanas tienen un sustrato en el cerebro y por consiguiente, la religión, como experiencia también la tiene y ya se ha dicho que los neurocientíficos descubrieron un aumento de la actividad en las áreas límbicas, en personas que estaban en oración, lo que hace pensar en un estado emocional alterado.
Estas investigaciones están abriendo campos de estudio y son muy numerosas. Se expondrá algunas para conocer la evolución de estos trabajos.
Andrew Newber, sistematizado por Juan José Romero, afirma que las personas que rezan presentan más actividad y más tejido cerebral en los lóbulos frontales, regiones asociadas con la atención y la recompensa. No dice cuanto, pero más que sus “congéneres» ateos”. Así mismo las personas que creen en Dios activan las mismas zonas que cuando lo hacen sobre realidades cercanas, es decir, que para un creyente Dios es real y algunos de los trabajos sugieren que en los creyentes hay mayor producción de dopamina.
Mora sostiene que todas las culturas son un producto del funcionamiento último de nuestro cerebro y de códigos. En el libro El Dios de cada uno, señala que “de lo que cabe poca duda es de que nos hallamos en esos prolegómenos de la era de la post-religión, desde donde se avizora que la religiosidad será concebida con recogimiento, pero con un destierro, posiblemente, de lo sobrenatural".
Es posible que los científicos nunca resuelvan la pregunta más importante de todas, a saber: ¿los circuitos cerebrales crearon a Dios o Dios creó los circuitos cerebrales?
No importa porque finalmente es una cuestión de fe. No obstante, debe tenerse en cuenta, como advierte el profesor Francisco J. Rubia, que “cualquier experiencia humana, y la experiencia religiosa lo es, tiene que tener una base orgánica cerebral, independientemente de la creencia que cualquier persona pueda tener en la existencia o no de realidades no materiales”.



El tratamiento científico de la religión y de la religiosidad reclama del investigador el mayor rigor del que sea capaz y ello implica también dejar en suspenso las propias convicciones religiosas y políticas. Según los expertos consultados, la gente de fe suele interpretar esas estructuras cerebrales espirituales como un resorte colocado ahí por Dios, y los no creyentes tienden a sostener que la neurobiología explica emociones humanas, entre ellas la religiosa.
Pero estas investigaciones existen y los nuevos avances en esta ciencia abriran nuevos métodos de trabajo para los especialistas que se acerquen a la religión como objeto de esudio. La Teología, como disciplina científica, abierta a los signos de los tiempos, deberá interrelacionarse con todas las ciencias y no podrá olvidar los avances de la Neurociencia cognitva y sus investigaciones en estas experiencias espirituales.

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