Veracidad del mito del pecado

Duquoc se plantea la veracidad del mito del pecado, la transmisión por generación del pecado original y el origen del mal:
“No debe sorprendernos, por tanto, que en una situación cultural distinta los teólogos busquen una formulación de la doctrina del pecado original que lo haga más comprensible en nuestra época. Pueden reducirse a tres los elementos principales de esta transformación:
1) Hay que hacer una lectura simbólica de Gn 2-3 y de Rm 5, 1221. Así desaparecen de la estructura general de la doctrina, la historicidad de Adán y de Eva, la de su falta concreta, y su estatus paradisíaco anterior al pecado
2) Hay que atribuir un carácter arcaizante a la supuesta transmisión del pecado por generación.
3) Hay que rechazar la pregunta sobre el origen del mal. Es quizás aquí donde la transformación es más considerable, Al rechazar la historicidad de un estado paradisíaco destruido por una falta particular con repercusión sobre todos, y que implicaba la entrada del mal en el mundo, los teólogos dejan al mal su carácter enigmático y no convierten la doctrina del pecado original en una respuesta, que sustituiría en el terreno religioso, las tentativas decepcionantes de la filosofía. El mal en el mundo es más amplio que el problema del pecado, y el cristianismo no posee un tranquilizante especulativo frente a la interrogación que atraviesa la historia”.




Este autor habla de la sustitución del pecado original por el pecado del mundo y la transformación de la antecedencia histórica en dinámica escatológica.
Al seguir el misterio del hombre se encuentran dos aspectos contrarios: la pecaminosidad universal y redención. Se refiere a la afirmación según la cual el hombre encuentra su salvación en la unión con Cristo.
En un mundo creado por Dios, en que todo estaba bien aparece el mal, el desorden personal y el sufrimiento. Pero sobre todo del relato de la caída, del incumplimiento de la ley divina, la inmediata consecuencia es la falta de relación con Dios y la muerte, así como la pérdida de esa condición original que era un don, un estado de justicia original.
Su dignidad, su fecundidad y su dominio son alterados por el pecado. Todas las penalidades de este mundo son huellas de este pecado, pero a la vez son ocasiones de purificación. Ese paraíso perdido es una imagen de la restauración final de todas las cosas.

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