Materialismo ateo

En el materialismo es necesario introducir a una figura muy significativa en el siglo XIX con proyección en el siglo XX y en el XXI; se trata de Carlos Marx, cuyo precedente es Hegel, con la reducción de la religión a la filosofía y también Feuerbach, con la crítica de la alienación religiosa.
El punto de partida de Marx es ateo: no existe Dios ni lo trascendente. La religión es una forma de alienación porque parte de algo irreal, porque desvía a los hombres del mundo, que es donde tiene que buscar la salvación y la felicidad y porque se asocia a las clases dominantes. Estas son algunas de las más importantes razones por lo que es necesario superar la religión.
En esta línea, pero con una reinterpretación en clave metafísica- ontológica hay que situar a Engels, siglo XIX, amigo y colaborador de Marx. Afirma que la religión es un reflejo fantástico que proyectan en la cabeza de los hombres aquellas fuerzas externas que gobiernan su vida diaria, es un reflejo donde a las fuerzas naturales las revisten de poderes sobrenaturales.
También dentro de esta línea está Lenin, que aunque político, su interés por la filosofía ha marcado el pensamiento soviético contemporáneo con ideas como la subordinación de la propaganda antirreligiosa a la lucha de clases.
Otra corriente del siglo XIX es el positivismo, cuyo fundador es Comte, con la ley de los tres estadios con un carácter psicológico e iluminista de su ateísmo, aunque afirma que la religión es un factor de moralidad y de cohesión social. El siglo XIX empezó con buena armonía entre las dos ciencias, pero no todo es entendimiento en esta primera mitad del siglo XIX. Augusto Comte sustituye la ciencia por la religión, con la ley de los tres estadios: estadio mítico también llamado teológico o religioso, estadio metafísico dominado por la filosofía, y el positivo dominado por la ciencia. Con el advenimiento de este último estadio se quedaba atrás para siempre la religión. Niega que se pueda hablar de Dios, ni para decir su existencia ni su negación ya que este concepto no existe. Niega el monoteísmo, porque desde el punto de vista secular cada uno puede buscar su excelencia o visión del mundo, pero es necesario para convivir unos valores esenciales, sin necesidad de una religión monoteísta.
Se llegó a pensar que las religiones se cambiaron por ideologías políticas en el siglo pasado, y hoy han vuelto a ser sustituidas de nuevo por fanatismos religiosos que justifican en muchos casos las violencia.
Nombres como John Stuart Mill, empirista inglés del siglo XIX, en estrecha colaboración con Comte, ; Willíam James, siglo XIX y primera década del XX, cuya filosofía nació por el empeño de arrancar de las garras de la ciencia natural materialista a la religión; Dewey, finales del XIX y primera mitad del siglo XX, totalmente pragmático, con su inquebrantable fe en el progreso, muestran la separación de la filosofía y la teología.
Entre los ateísmos humanistas de este siglo hay que mencionar a Friedrich Nietzsche, última mitad del siglo XIX, con una decisión personal en contra de Dios. Es el profeta de la muerte de Dios, ya que hay imposibilidad del conocimiento teórico de una causa transcendente.
Si no se puede conocer esa causa transcendente, la creencia en Dios no es más que la prolongación de nuestros deseos de una realidad exterior al hombre, por lo que el cristianismo es la expresión suprema de la alienación del hombre. Explica su teoría sobre la vida dionisíaca como sucedáneo de Dios, la fe como negación de la voluntad de poder, y del superhombre y el eterno retorno de lo idéntico. Para él, el cristianismo es una moral de esclavos, una mentira, una vileza. Cristo no fue ni un genio, ni un héroe, ni fundó una religión. Su ateísmo y anticristianismo es visceral e instintivo.
Frente a algunas posturas claras de diálogo de principios de siglo desde la teología, surge la neo- escolástica, aislando la filosofía del pensamiento actual y olvidando la actitud de ayuda mutua tan beneficiosa en toda la primera mitad del siglo XIX.



León XIII con su encíclica sobre Tomás de Aquino en el año 1879 es muestra de esto. La encíclica Aeternis Patris (subtitulada Sobre la restauración de la filosofía cristiana conforme a la doctrina de Santo Tomás de Aquino) publicada por el Papa el 4 de agosto de 1879, afirma que la doctrina tomista desarrollada por Tomás de Aquino ha de ser la base de toda filosofía que se considere cristiana. Con ella el Papa dio el apoyo incondicional al neotomismo promoviendo la aparición del neoescolasticismo.
Pero esta teología se mostró ineficaz a finales del siglo XIX porque no fue acogida en la nueva forma de pensar. Era algo aislado, fuera de contexto. Se constituye un gueto católico para hacer frente a las formas de pensar y vivir del mudo que no comprendía. La teología buscó aquello que fuera siempre lo mismo, lo inmutable, y con ello postuló la concepción metafísica del cristianismo.

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