Tesis fundamental de Weber

En una sola frase la tesis de Weber es que el mundo protestante es más exitoso económicamente que el mundo católico gracias al influjo de la religión protestante en cada uno de sus individuos: amor al trabajo, honradez, ahorro y un apego permitido a lo material, algo que el catolicismo solo supo predicar los domingos pero no controlar ni inculcar en la cotidianeidad de su pueblo.

Sus ideas principales son: el efecto de las ideas religiosas sobre las actividades económicas, la relación entre estratificación social e ideas religiosas, y las características singulares de la civilización occidental.




Su objetivo era encontrar razones que justificaran la diferencia entre el proceso de desarrollo de las culturas Occidental y Oriental. En el análisis de sus descubrimientos, Weber mantuvo que las ideas religiosas puritanas (y más ampliamente, cristianas) habían tenido un impacto importante en el desarrollo del sistema económico de Europa y los Estados Unidos, aunque aclarando que ésas no fueron las únicas causas del desarrollo. Entre otras causas que mencionó Weber encontramos el racionalismo en la búsqueda científica; el mezclar la observación con la matemática; el estudio sistemático y la jurisprudencia; la sistematización racional de la administración gubernamental, y la empresa económica. Al final, el estudio de la sociología de la religión, de acuerdo con Weber, apenas si exploraba una fase de la emancipación de la magia; ese "desencantamiento del mundo" que él interpretaba como un aspecto distintivo e importante de la cultura occidental.
El estímulo inicial de este ensayo de Weber (o al menos su excusa) es un dato estadístico: en los países confesionalmente mixtos, las funciones de dirección y, en general, los puestos técnicos más cualificados del tejido económico son desempeñados mayoritariamente por protestantes, y no por católicos. Lo que en otro caso hubiera servido de base para una superficial explicación de historia social, a Weber le condujo a elaborar una de las teorías más influyentes sobre el proceso de modernización. El debate -que nunca acaba de apagarse- sobre qué significa ser moderno o, en fin, qué significa haber dejado de serlo no sería el mismo sin la hipótesis que aquí se desarrolla.

Enunciada de la manera más breve posible, ésta quedaría así: las actitudes más características del capitalismo moderno fueron promovidas, originalmente, en el marco de la moral del trabajo que predicaba el protestantismo ascético. Con esta denominación Weber se refiere a las diversas confesiones y sectas que se declaraban herederas, en mayor o menor grado, de los postulados de Calvino: primero hugonotes y puritanos, y más tarde pietistas y metodistas, entre otros grupos. La importancia de esta herencia común reside en el dogma calvinista de la predestinación, es decir, la idea de que Dios ya ha elegido a los suyos antes de todos los siglos, y que nada de lo que pueda hacer el resto en vida podrá salvarlos de la condenación eterna.
Pero así como – a pesar de la existencia de privilegios de mercado, gremios, corporaciones y diferenciaciones jurídicas de todo tipo entre la ciudad y el campo – faltó en todas partes, excepto en el Occidente moderno, el concepto de “ciudadano” y el concepto de “burguesía”; del mismo modo faltó también el “proletariado” como clase. Y tenía que faltar pues justamente faltó la organización del trabajo libre como emprendimiento. Existieron desde siempre, por todas partes y en diferentes constelaciones, “luchas de clases” entre estratos de acreedores y deudores; entre terratenientes y desposeídos, siervos, o arrendatarios; entre representantes de intereses comerciales y consumidores o latifundistas. Pero ya las luchas del medioevo occidental entre proveedores artesanos y clientes explotadores aparecen sólo en forma incipiente en otros lados. Y falta por completo la contraposición moderna entre el empresario de la gran industria y el trabajador asalariado libre. Consecuentemente, tampoco pudo existir una problemática de la especie conocida por el moderno socialismo

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