Transformación del mito de Homero

También el autor cristianiza a Homero el Santo y explica el pasaje de Ulises atado al mástil. En él se presenta a Ulises o Odiseo con nostalgia de su tierra, preparándose para el regreso definitivo. Rahner ve aquí un símbolo evidente de los cristianos cuando piensan en la travesía de la vida y la nostalgia por la patria del cielo.
En el viaje de Ulises, entre la oscuridad del Hades y la luz de la patria, se sitúa la isla de las sirenas. Quien la cruza consigue ponerse a salvo y no caerá y se perderá. Ulises, el hombre eterno, se enfrenta a las sirenas, seres de muerte, para superar la prueba atado al mástil. Sirviéndose de la hiponoia o alegoría, se creyó demostrar que Homero era el sabio por antonomasia, el profeta de los misterios secretos, el místico iluminado por Dios, no un mentiroso que inventaba vidas de dioses con todos los actos crueles y malvados, sino ese sabio que transmitía los misterios para ser interpretados.
La exégesis de Homero hecha por los Padres de la Iglesia enlaza directamente con las interpretaciones dadas en la época helenística de los griegos. En el siglo II, los Padres toman las ideas neoplatónica de Homero, como modelo y prototipo de la sabiduría.
Homero cuenta que Ulises sale al encuentro de la muerte amarrado con libertad al mástil para llegar al puerto de la paz eterna. En el hombre antiguo había miedo a navegar, porque era una cercanía al Hades y lo único que lo salva son los tablones de su nave. Pero a la vez navegar representa la alegría de vivir, que a unos salva y a otros les lleva a perecer. Para superar la travesía debe pasar la prueba definitiva de las sirenas.
Los Padres conocen este mito y lo transforman: la nave es la Iglesia, el mar es el mundo y la salvación está en esa nave.



El simbolismo de la Iglesia es también simbolismo del alma. La Iglesia y el alma son navegantes que se dirigen al cielo dejando atrás la tierra firme, pero en esa travesía encuentran el peligro. El esquema es el mismo del mito de Ulises que va hacía su anhelada tierra, pero aparecen los peligros de las sirenas. El cristiano es un Ulises, que sabe que estando atado al mástil, a la cruz de Cristo libremente, se enfrenta a las sirenas, a los placeres de mundo, para llegar a la ansiada tierra, al reino celestial.
En los Padres, las sirenas presentan una naturaleza dual, representan a la vez el placer y el conocimiento. En la interpretación de las sirenas por los cristianos se dio una evolución, en principio eran animales misteriosos, hembras de avestruz, y por error de los traductores alejandrinos del texto de los Setenta, para ser después seres misteriosos que habitaban en el desierto, olvidando la relación con el mito homérico. Es en los Santos Padres donde se une la doble figura demoníaca de las sirenas, sapientes y tentadoras. Estas sirenas omnisapientes representan ante todo el peligro que amenaza al cristiano.
También se amplia el simbolismo de las sirenas, identificándolas con la doctrina de los heréticos. El que es fuerte y sabio puede escuchar la voz de los heréticos. Siempre se vio a la sirena como imagen que atrae el placer, es decir, no se rechaza el mundo como tal, ni la cultura, sino el abuso, el entregarse al mundo.

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