Efectos de la globalización

Hay numerosos trabajos sobre los principales efectos de la globalización en la cultura y entre ellos encontramos los de Karl Polanyi, quien afirma que al caer el patrón oro cae toda la civilización. Hoy lo que se compra son materias primas y mano de obra: naturaleza y hombre. Se destruyen las relaciones humanas y se amenaza con la aniquilación de su hábitat natural. Estas consecuencias influyen en la cultura y en la política porque se rompe con lo anterior y también con la religión, como ámbito de la cultura. Para llegar a ser capitalismo globalizado, es necesario acabar con el sujeto creador, con la fe en la existencia de un fin histórico y con la racionalidad científica. Tiene que “desconstruir” estos elementos convirtiendo al sujeto en consumista, anulando la historia y no necesitando la razón científica, porque le basta con la técnica.
La posmodernidad ha sacado a la luz los elementos que estaban cohibidos en la modernidad, lo feo, lo absurdo, para diluir la modernidad, convirtiéndola en términos de dominio del mercado, romper la historia en mil pedazos y considerar al hombre como una invención. La publicidad ha convertido al hombre en consumidor, en comprador de marcas que rebelan un estatus y una imagen de “estar en el mundo”.
Se habla de la sociedad de la información o sociedad red, pero lo que no se percata en el uso de estas técnicas, es el control social en el discurso ideológico, llegando a convertirlo en Homo consumtor, es decir, el individuo consumidor de su propio consumo. En esta época del predominio de la imagen se produce una falta de profundidad, una superficialidad, que quizás sea la característica esencial del hombre posmoderno. A esta característica habría que añadir la falta de socialización, para consumir y consumir, siendo ese consumo el impulsor del cambio social, cultural y político; es un individuo aislado creado a imagen de la sociedad de consumo. Siguiendo a Braudrillard, en el momento anterior de la aparición del otro, momento del “hiperrealismo de simulación”, se da la ruptura del orden público y privado, apareciendo el hombre obsceno, con un gran vacío interior y el autor termina afirmando que el hombre moderno es: “un clon de la sociedad de consumo, el éxtasis máximo de la socialización”.
La sociedad contemporánea ha venido cambiando profundamente los valores personales en múltiples e individuales. Las personas eligen sus propias formas de vida y la población abandona antiguos valores sustentados en el dolor y en la renuncia girando ahora alrededor del valor del placer, del hedonismo; sin embargo, el sistema socioeconómico exige también altas dosis de disciplina y trabajo.
Cuando el nucleo humano ha quedado dañado, se puede remodelar en un hombre libre de afectos, consumidor, objeto de su propio consumo, consumidor de nada, incapaz de crear, con sobreabundancia de estímulos, cultivador de su propio cuerpo, vacío en su interior, sin ambición de futuro, que niega la racionalidad y la historia.

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