La soledad de Jesús. Olegario González de Cardedal





La soledad de Jesús y su misión.

Jesús nace en un tiempo y en un medio perfectamente determinado, pero está en este mundo perteneciendo a otro, es una figura de tránsito porque proviene de lejos y marcha hacia más adelante, pero viene a cumplir una misión. No es una figura irreal, es judío, y vive la existencia propia de los hombres y mujeres de su época.

Para hablar de la soledad de Jesús, Olegario González de Cardedal la presenta en tres facetas diferentes:

1º La soledad y compañía originarias

“El Padre, realidad constituyente de Jesús, le otorga lo que podríamos llamar su soledad y compañía originaria: soledad hacia fuera y compañía hacia dentro”(p.57). 
El viene a cumplir la misión encomendada por el Padre y a retornar hacia el lugar del que vino. Los evangelistas lo muestran como hombre y sin embargo, preñado de majestad sagrada que le da su procedencia, su misión y su final destinación divina. 
Esta dualidad real, le otorga una soledad especial frente a nosotros y a nosotros frente a él. La revelación nos acrecienta su Misterio, porque cuando más se conoce, más nos concienciamos de ese Misterio. Engrandece a los humanos porque se pone al nivel de ellos y los alza a un nuevo nivel. Jesús vive una soledad solidaria porque entrega su vida y a través de nuestra fe, le acompañamos y por ser Hijo, nos otorga la filiación divina.


2º Soledad, oración y misión

¿Cómo vive Jesús esta soledad de determinación personal? En los evangelistas existe la conexión entre soledad-oración y misión. En la soledad, en oración con el Padre, se percata de su misión, que desde siempre es constitutiva de su raíz principal. Pero es un lento descubrir lo interior de su ser al “ritmo de su crecimiento en sabiduría y en estatura y en gracia delante de Dios y los hombres”. 

3º Soledad metafísica

Jesús ante situaciones claves de su vida, se retira a orar en soledad. Para Jesús no existe la soledad metafísica, pero así como la oración entre Dios y el hombre es un punto de encuentro, entre Jesús y Dios, entre el Padre y el Hijo, en la oración, se encontró a sí mismo. “Si la misión es don y encargo del Padre, la misión se aclara y se encara delante del Padre, en la actitud expectativa, orante acogedora”(p. 62).

Formas y Fases de la soledad de Jesús

Una vez aclarada la soledad de Jesús, Don Olegario distingue las formas y las fases de la soledad que experimentó, aclarando que desde el inicio de su trayectoria era el Hijo, y vivió la soledad y la cercanía respecto a los hombre y respecto a Dios:

• La soledad del Hijo encarnado y rechazado. El Hijo vino a una tierra creada por amor para dar plenitud a todos y se sintió solo en su humanidad al ser rechazado por los suyos.

• La soledad del hombre que tiene una misión especial. Es la soledad interior del elegido, del que tiene que realizar algo nuevo, llevar a una tierra nueva y dar esperanzas. El pasar de la familia natural a la otra, a los que acogen y viven la Palabra, de la naturaleza a lo espiritual, lleva consigo una dolorosa soledad.


• La soledad del considerado traidor a su pueblo. Jesús, acreditándose con signos y palabras como el esperado por el pueblo, unos le acogen y creyeron en él y otros, le consideran una amenaza y un peligro y lo arrojaron como traidor. 

• La soledad del Mesías transvalorado. El Mesías esperado por el pueblo, esas esperanzas mesiánicas tenían formas de figuras reales, sacerdotales, de profeta de los últimos tiempos… Jesús tomó todas esas esperanzas y las transformó desde su propia identidad personal de Hijo. Jesús, ante el rechazo de la figura del Mesías que el representaba, sufrió la soledad ante su repudio.

• La soledad del decepcionado ante el rechazo. Jesús fue aceptado en los primeros momentos con entusiasmo, pero después de la crisis galilea, no le dan crédito y lo dejan solo. Jesús se decepciona ante la decepción del pueblo.

• La soledad del traicionado por los amigos. Sus propios amigos le traicionan, no fueron capaces de poner en juego su persona por él. La negación de Pedro y la huída de los demás lo dejan solo. Una soledad de hombre, de compañero, de amigo.


• La soledad del redentor solitario y sustituyente. Jesús conoció a la humanidad no solo en el proyecto divino sino en su realización humana, en su debilidad, en el sufrimiento, en las tentaciones. Y además conoció a la humanidad como redentor. No fue pecador pero fue contado entre los pecadores. Don Olegario se pregunta hasta donde llegó esa inserción de Jesús en el pecado, presentando las dos interpretaciones actuales, la de Rahner (designada con la palabra solidaridad) y la de Balthasar (designada como sustitución). La pregunta que el teólogo se hace es cómo porta Jesús nuestras culpas y cómo quita nuestros pecado, y como rehacer nuestra relación de pecadores con el Dios santo. Al interpretar esto afirma en primer lugar que Dios no pudo hacer a Jesús pecado ni maldito por ser el Hijo, por lo que esta acepción es inaceptable; otra interpretación sería que Dios lo hizo ofrenda por los pecados y toda su vida en este mundo fue una intercesión suplicante por todos los pecadores; y la última interpretación, Dios dejó a su Hijo en manos de los pecadores, compartiendo todas las consecuencias objetivas que el pecado desencadena y que afectarían a Jesús solidario sustituto y superador de ese pecado tras haberlo padecido. Esta última es la elegida por los mejores teólogos actuales. Jesús se pone en el lugar de los hombres con todas las consecuencias realistas, se adentra en ese universo objetivo del pecado y así se entiende la expiación como la santificación. Dios deja a los hombres ser pecadores pero no puede permitir el pecado. Por eso “Jesús se adentra en ese universo objetivo de pecado que es la negación de Dios, en el que están situados sus hermanos y es afectado por el rechazo también objetivo de Dios” (p.72). Dios no condena a Jesús, pero al rechazar el pecado, Cristo situado en el universo de los pecadores, comparte tanto su situación exterior y la interior. Y de ahí nace la soledad del redentor. En el Hijo, converge el rechazo de los hombres a Dios, el rechazo de Dios al pecado y la oferta de perdón a todos los hombres. Es el mediador de la nueva Alianza entre Dios y el hombre.

• La soledad del agonizante. En Getsemaní es donde Jesús sufre la mayor soledad, porque como hombre se desborda en los sentimientos al ser llevado más allá de las capacidades naturales. Se siente solo, débil pero disponible para el Padre. Es la agonía del hombre que mantiene su condición divina y la soledad ante el drama de la existencia pecadora ante Dios y el otorgamiento de la gracia definitiva de Dios al mundo. En esa agonía Dios nos revela su amor, la seriedad del pecado así como la soledad que el pecado introduce en el mundo. Cristo ha conocido y superado en el amor nuestra propia soledad y nos ha salvado de ella.


• La soledad del muerto crucificado. La muerte es para el hombre el acoso supremo pero por la libertad puede alcanzar las máximas posibilidades de entrega, siendo lo decisivo en la muerte delante de quién y para quién se muere. La vida es plenamente humana cuando se muere delante de Dios y para él. Jesús sufrió la soledad de la muerte en la cruz, la muerte más indigna de un hombre de su tiempo. Don Olegario se pregunta si Jesús se sintió abandonado ante Dios en su muerte. Al analizar los evangelios se ven tres frases distintas, una de abandono, otra de entrega al Padre , y otro de confianza en él. Ellas expresan que Jesús vivió la soledad hasta el extremo, oró ante el Padre confiado y hizo de la muerte una ofrenda. El grito de abandono dado por Jesús en la cruz se podría explicar como la recitación del salmo 22, costumbre judía quienes oraban pronunciando las primeros versos o frases de algún salmo, y entendiendo que este salmo canta el consuelo de Dios al justo, por lo cual se descarta esta interpretación, no es un grito de abandono; se podría explicar afirmando que son de desesperación negando su mesianidad y por tanto, la no existencia de Dios, razonamiento también descartado; o bien la soledad como dolor que Jesús comparte y expresa ante Dios de todos los hermanos que se han sentido la lejanía de Dios. 

• La soledad del que descendió al lugar de los muertos. Aclara el teólogo que en el Credo se dice “descendió a los infiernos”, entendiéndolo como el sheol veterotestamentario, el lugar de permanencia de los muertos en espera del redentor. No es una fase histórica de Jesús sino que expresa el sentido salvífico y la eficacia universal de la muerte de Jesús. Ese infierno es morir, existir, permanecer en poder de los enemigos de Dios, soledad absoluta, silencio y reino del desamor. Este morir se puede dar entre lo vivos porque se vive esa incomunicación y la soledad porque la línea divisora está en la ladera de Dios y la ladera entre los enemigos de Dios, y no entre la vida y la muerte. El decir que Cristo descendió a los infiernos significa que visita toda la historia anterior y ofrece la salvación a todos los que le precedieron. Dios no ha condenado nunca a nadie pero ha permitido que rechacen su amor. Cristo ha sido condenado, pero ha sentido la soledad y la ha desalojado. El infierno real comienza a existir después de Cristo, cuando un ser rechaza ese dolor de Cristo que se ha puesto en lugar de todos los condenados. Es el Jesucristo su Hijo, nuestro Señor y la relación de Jesús con su Padre en la oración, en la que acoge y asume su misión salvífica universal es la clave para adivinar su identidad filial. La soledad y la compañía de Jesús en la realización de su misión en la vida de Jesús tiene unas características peculiares: es una misión teológica, de contenido salvífico, con exigencia ética para los demás y un arriesgo heroico del propio Jesús, que en su fase final adquiere dimensiones trágicas ya que su pretensión desborda lo que humanamente es oíble y aceptable.

• La soledad de Jesús se sitúa en la línea del genio ético y desde ahí tiene una dimensión trágica. Héroe y genio ético porque tenía que mantener su fidelidad hasta el final por ser obediente al Padre, y a su misión; un héroe consciente de lo que debe hacer y también de lo que los demás pueden percibir y recibir. Dimensión trágica porque el sabía que lo que se presentaba al mundo desbordaba las capacidades históricas de una generación. Y esto es la raíz de su suprema realidad. 



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